jueves, octubre 08, 2009

Basterdos sin glouria

Debo admitirlo: No soy la persona más objetiva del mundo cuando se refiere a hablar de un film de Tarantino. Pedirme que tenga objetividad al criticar una película suya es como pedirle a un policía de la bonaerense que demuestre voluntad por averiguar qué pasó con López, o pedirle a “La 25” que haga un disco bueno. Incluso a las obras más underrated de Quentin, como “A prueba de muerte” o “Jackie Brown” las he recibido con beneplácito.

Una vez realizada esta aclaración, informo: “Bastardos sin gloria” ("Inglourious basterds" en el original, así, mal escrito) es un peliculón. `Tarantino lo hizo de nuevo’ es lo único que puede agregarse una vez finalizada la experiencia fílmica.
La trama en realidad son dos historias que transcurren en la Francia ocupada por los nazis, las cuales se van acercando conforme avanza el film.
Por un lado tenemos a Shosanna, una joven que es la única sobreviviente de cuando un grupo de nazis a cargo del Coronel Landa asesinó a su familia. Dos años después, ella tiene a su cargo un cine en París, el cual es elegido por las SS para la avant premiere de un film del mismísimo Joseph Goebbels.
La otra historia se centra en un grupo conocido como “Los bastardos”. Aldo Raine está a cargo de dirigir las acciones de un grupo de soldados judíos norteamericanos que se autodenomina “Los bastardos”. Su misión es entrar a la Francia ocupada con un objetivo principal: matar nazis. Si es en forma brutal para desatar el miedo en las SS, mejor aún.

Conforme avanza la película iremos conociendo a estos personajes, a los bastardos y a Shossana. Pero la película no sería nada sin el papel a cargo del némesis de ambas partes: el coronel Landa. Maravillosamente interpretado por el actor austríaco Christoph Waltz, se trata tal vez de uno de los mejores villanos que nos ha entregado Tarantino. Hay varias escenas para el recuerdo, no diré demasiado para no incurrir en spoilers. A manera de ejemplo, está la secuencia inicial, en donde está en la campiña buscando a una familia de refugiados, y mantiene un diálogo con un lugareño y va manejando sutilmente la charla al punto de hacerlo quebrar.
Y es que don Quentin tiene como de costumbre un impecable manejo de los diálogos, sirviendo como disparadores para cientos de referencias de la cultura popular o de lo que sea.
La violencia Tarantinesca, esa violencia absurda y exagerada, tampoco está ausente en el film.
Y, como siempre, la música. Temas y sonidos que parecieran estar destinados a no congeniar, componen una mixtura ideal para regocijo del cinéfilo (a manera de ejemplo previo, qué gran idea fue en Kill Bill mezclar un duelo con sables en un jardín de Tokio con música española).

En suma, no hay mucho más que agregar. Háganse amigos de estos bastardos y vayan al cine.

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