miércoles, agosto 03, 2005

Londres es Bagdad

Interesante nota salida en la sección "Opinión" de la edición de hoy del diario La Nación. Muy interesante, y es más, sobre todo porque uno podría decir al leerlo "Che, ¿ésto no era La Nación?".

Léanlo que vale la pena...



Londres es Bagdad
Por Sebastián Dozo Moreno
Para LA NACION



El mundo entero repudia los recientes atentados en Londres, así como el lamentable "error" de la policía británica, que abatió a un brasileño inocente disparándole siete balazos en la cabeza. Sin excepción, los líderes del mundo condenan los actos terroristas en Egipto, Turquía, Irak y Gran Bretaña, mientras que el mismo Benedicto XVI pidió al "Omnipotente" que "detenga la mano asesina de grupos impulsados por el fanatismo y el odio". Pregunta obligada: ¿incluye Su Santidad en esos grupos a los que planearon y llevaron a cabo la invasión de Irak, desatando el infierno en ese país? Y en cuanto a los líderes del mundo que hoy condenan el terrorismo islámico, ¿pertenecen a algunos de los doce Estados que apoyaron esa invasión, sumándose a la cínica excusa de que se hacía por el bien de todo Medio Oriente, cuando era evidente que el único objetivo era la obtención (robo) del tan codiciado oro negro iraquí?

Hace sólo unos días, un grupo investigador de Oxford dio a conocer la cifra de unos 25.000 civiles iraquíes muertos desde el comienzo de la guerra, en 2003. Y de ellos, casi el 20% eran mujeres, ancianos y niños, incluidos 51 bebes. Y el último 14 de julio, los matutinos del mundo difundieron que 32 niños iraquíes murieron cuando un suicida se inmoló cerca de un grupo de soldados norteamericanos que repartía dulces, a pesar de que en septiembre pasado otros 34 niños habían muerto en circunstancias semejantes, atraídos por la generosidad propagandística del ejército "liberador". ¿Queda claro que hablamos de niños, y no de cifras, de cuerpos destrozados y no de daños colaterales, de seres humanos y no de cristianos o musulmanes, de vidas tronchadas y miembros amputados, y no de porcentajes? Pero, entonces, ¿por qué en Occidente es mayor el estupor por los atentados en Londres que por esas masacres? Y aún más, ¿cómo pueden celebrar algunos intelectuales la supuesta llegada de la democracia a Irak cuando el precio son miles de galones de sangre inocente? Y aun cuando alguien creyera ingenuamente y de buena fe en los fines altruistas y humanitarios de Bush, Blair, y del señor Aznar en su momento, ¿valdría la mutilación de un solo niño iraquí la consecución de esos fines?

Y a propósito de esto, ¿guardó Occidente en su memoria colectiva el nombre del niño de 12 años que, en los primeros días de la "victoriosa" invasión, perdió a sus padres, sus dos hermanos, sus tíos y primos, y sus dos brazos? Alí Samain es su nombre. "Van a ver ahora la mayor tragedia del mundo", fue lo que les dijo el médico Osama Salé a unos brigadistas españoles cuando los conducía hasta la camilla en donde yacía Alí, con los muñones vendados y su torso y abdomen quemado "como un trozo de lata". Y después de que vieron al niño mutilado, Osama Salé les preguntó: "¿Quieren ver ahora cómo quedó su familia?", y les enseñó las fotos de la madre en la morgue, con la cara toda negra, el cuerpo "como leño quemado" y la cabeza "aplastada como una maceta", en la que podía verse algo semejante a una flor roja: la boca abierta de la mujer, congelada en un grito de espanto.

Los mismos brigadistas que fueron testigos de esa escena vieron decenas de niños y mujeres muertos en las calles de Irak como perros atropellados por automóviles (o tanques más bien). ¿Y todavía alguien puede celebrar las elecciones realizadas en Irak? ¿O el derrocamiento del tirano Hussein? ¿O la ficticia superioridad moral de Occidente? Nadie que se precie de ser cristiano, o democrático, o civilizado, o simplemente "humano", puede justificar el homicidio como medio para la realización de un fin, cualquiera que sea éste, y mucho menos admitir el genocidio. No hay fines nobles cuando los medios son siniestros. No hay causas justas cuando los resultados son sanguinarios. No hay empuje civilizador cuando el método es la barbarie.

Se impone, por lo tanto, la revisión de algunos conceptos, prejuicios y actitudes, que abundan entre nosotros, los occidentales "civilizadores", se impone un riguroso examen de conciencia.

Ante todo, la condena de la guerra de Irak no implica adoptar una posición "zurda" o antinorteamericana; esto último, algo tan necio e irreal como el apoyo al terrorismo, como afirmar que "todos" los norteamericanos tienen espíritu imperialista y que los terroristas matan por idealismo, cuando lo que los mueve es el resentimiento fanático. Aquí la cuestión es la matanza de inocentes, y no si se toma partido por el capitalismo o por el comunismo, por Bush o por el Papa, por Estados Unidos o por Medio Oriente, por Cristo o por Mahoma. Y toda consideración que ignore el dolor y la muerte de personas en Irak, incluidos los soldados norteamericanos, es superficialidad impiadosa y esnobismo intelectual.

Destaquemos algunos errores de visión que promueven la indiferencia entre los occidentales. Si un fanático se inmola en un subte de Londres, es terrorismo, pero si un misil cae en un mercado de Basora, o en una maternidad, es un daño colateral. Si un terrorista islámico se vuela en un bus londinense, se trata de un atentado "brutal". Si un misil impacta en un barrio residencial de Bagdad, se trata de una bomba "inteligente" que erró el blanco.

Si un niño inglés, o uno español, pierde la vida, es una atrocidad imperdonable. Si treinta y dos niños iraquíes mueren en una explosión, es una "barbaridad", y al día siguiente no se piensa más en el asunto. ¿Acaso existe la sensación de que los iraquíes son menos personas por su situación de pobreza y sus túnicas terrosas? Si vistieran saco y corbata, ¿nos inspirarían mayor compasión? Pero, entonces, ¿sólo nos conmovemos cuando sentimos que una tragedia podría habernos sucedido a nosotros?

Si unos fanáticos detonan bombas en tres subtes y un ómnibus de Londres, es terrorismo (y lo es), pero si las fuerzas aliadas descargan una lluvia de misiles sobre Bagdad, es una guerra preventiva. ¿Será preciso recordar que el plan de ataque desarrollado en Irak se basa en el concepto elaborado en la Universidad de Defensa Nacional, que lleva por nombre Shock and Awe, que es algo así como operación Conmoción y Terror? Por otra parte, ¿no es fanatismo religioso matar por Mamón, el inmundo dios del dinero? Cuando los aliados avanzaron sobre Irak, en 2003, hubo un alza en las bolsas europeas y de Estados Unidos. La bolsa de Londres, por ejemplo, subió un 3,44 por ciento. Fueron, irónicamente, las bajas iraquíes lo que provocó las alzas de los mercados bursátiles de Occidente.

Si hay atentados en Londres, Egipto, y otros países, el Papa condena los "execrables atentados terroristas" que "ofenden a Dios y al hombre". Pero por los cientos de niños y mujeres que mueren en Irak a causa de la ocupación aliada, Dios no parece estar demasiado ofendido. Y aunque es verdad que el Vaticano se opuso a la invasión de Irak, también es verdad que se quedó en la condena verbal y no tomó ninguna medida drástica a su alcance, como que el Papa es el líder espiritual de 1100 millones de católicos. ¿No piensa Benedicto XVI viajar a Bagdad, en heroica y decisiva misión de paz, para intentar detener el genocidio en ese país? El, que es hombre de pensamiento, ¿tiene presente la sentencia del filósofo Henri Bergson de que "hay que actuar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción"? ¿O acaso los iraquíes son primos segundos, y no hermanos, en su calidad de musulmanes y de "incivilizados"? Se objetará que a nosotros ellos nos consideran "infieles", razón más que suficiente para ser fieles a una verdad superior a la de las diferencias religiosas y realizar acciones de fraternidad ejemplar.

Hasta que no seamos capaces de ver en el otro a un semejante, que es un "otro yo" tanto como un "otro tú", nuestros juicios con respecto a la guerra y al terrorismo serán banales e impiadosos. Crueles. Sólo cuando la muerte de un niño iraquí nos afecte tanto como la de un niño occidental, habremos empezado a ser democráticos y pluralistas, compasivos y civilizados. Cuando nos resulte igual de aberrante un atentado en Madrid o uno en Basora, estaremos curados de sutiles fanatismos y groseras insensibilidades.

En suma, podremos decirnos partidarios de la paz en el mundo, cuando muy en lo profundo comprendamos que, desde un punto de vista estrictamente humano, Bagdad es Londres, y Londres es Bagdad.

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