Las historias se repiten, o al menos se asemejan. Hace poco Hernán comentaba en su blog una anécdota en donde se quedó encajado con el auto en la zona de La Reja.
Pues bueno, a manera de involuntario homenaje, el pasado sábado yo seguí sus pasos.
La historia fue mas cortita, así que su analogía de película no viene para este caso. En todo caso, nuestra anécdota fue un cortometraje.
Resulta que mi amigo Facundo vive por esos pagos, y el sábado pasado organizó un asadito. De paso, era una buena excusa para festejar el cumpleaños de nuestra Sheila favorita. Así que ahí fuimos, munidos de chorizos y carnes para arrojar a la parrilla.
Una vez allí, hicimos repaso de materiales y salió un pequeño grupo al supermercado. Bueno, éramos un dúo. Diego (otro personaje del asado) y yo. El resto se quedó juntando papeles para la parrilla, preparando ensaladas o supervisando.
El tema es que son todas calles de tierra, y la noche anterior había llovido a cántaros, por lo que el estado de las calles (ya desastroso de por sí) era terrible.
La ida fue mas o menos sencilla, salvo por el detalle de que unos perros insistían en perseguir al auto mientras chumbaban y que además se empeñaban en cruzar corriendo por delante del auto, como si quisieran refutar el adagio de que los perros están entre los animales más inteligentes de la naturaleza.
Vuelta del supermercado, y, para evitar a los perros tontos, decisión de tomar un camino alternativo. Tomamos una calle paralela a Las Piedras (que es la que desde un principio, tendríamos que haber tomado). Al fondo se veían unos caballitos sueltos, pastito, todo un paisaje idilico de campo. Pero he aquí que el problema era que había por la zona unos perros con una estupidez semejante a la de los que nos acosaron en el camino de ida (deberían ser hermanos o primos, seguro) los cuales se dedicaban a ladrar a los pobres equinos que sólo querían su ración diaria de pasto. Yo mientras iba calculando, pensando "me coloco sobre la marca de la huella, luego paso cerca de los caballos..."etc. etc. Pero los caballos se estaban inquietando debido al incesante ladrido de los perros así que decidií manejar del otro lado de la calle. Seguí manejando, seguimos avanzando, seguimos avanzando, seguimos avanzando, hasta que de repente no avanzamos más.
Sí, queridos y queridas... nos habíamos quedado encajados. Y ningún esfuerzo ni empujón pudo hacerle cambiar de opinión al auto. Especialmente cuando después de un par de intentos, lo único que logramos fue que saliera un hermoso géiser de barro desde debajo de la rueda delantera derecha (que era la encajada).
El hambre arreciaba... por suerte no podían los que estaban en la casa de Facundo comenzar el asado sin nosotros, mucho menos comerlo, debido a que llevábamos el carbón en el baúl. Mientras puteábamos, vemos pasar por la vereda a un flaco de unos 20 años acompañado de un niño de unos 10. Los miramos como si fueran ángeles salvadores y les pedimos una mano, mientras pensábamos para nuestros adentros "Ojalá no nos cobren!!". El muchacho mandó al chiquillo a buscar una pala... enseguida volvió con ella, y se pusieron a hacer un montículo de tierra para ayudar al auto a salir de su prisión de barro. Eme aceleraba, los otros empujaban... y el auto, finalmente (y felizmente) salió de su trampa mortal (bueno, exageré un poco).
Una vez llegados, litros y litros de agua y muchos baldazos hicieron que el auto se viera un poco más decente.
Encima una vecina que había llegado al asado nos comentaba "Ah, si... acá siempre se quedan encajados. La gente del barrio está re acostumbrada y cada uno tiene su método para ayudarte a salir". También nos enteramos que nuestra aventura ocurrió prácticamente frente a las puertas de su casa. (Habrán sido suyos la segunda tanda de perros tontos?).
Recuerden amigos, si van por La Reja y tienen que meterse por una calle, que sea la calle Las Piedras, especialmente si hubo lluvia reciente.
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