miércoles, febrero 18, 2009

Aldo

Al principio no caí. Una compañera de trabajo me contó que "falleció Garrido, el policía" y en ese momento, con mi habitual costumbre de no relacionar nombres y caras, no lo ubiqué. Al rato escucho en la tele la noticia de un policía asesinado en el centro de San Isidro, alguien que lo conocía todo el mundo. Y ahí me cayó la ficha.

Muchas veces he criticado a la policía. De adolescente más por una postura rebelde. De más grande, por el hecho de que es observable la complicidad o el desgano con respecto a hechos delictivos de parte de quienes deberían preocuparse por el bienestar de los ciudadanos.

Pero Aldo Garrido era diferente. Nunca hablé con él, salvo algún que otro saludo que nos habremos dado por la calle. Pero si sos habitué de la zona céntrica de San Isidro no podés ignorar quién era. Vos pasabas por la calle y lo veías siempre vestido con su uniforme impecable, siempre con su sonrisa eterna y su mirada amable, saludando a medio mundo y siendo saludado por la otra mitad.

Una clase de policía y también de persona poco común. De aquellas que siempre intentaban disuadir y hablar, antes que castigar y pelear. Si veía alguien en actitud "bardera" se acercaba, intentaba calmar los ánimos. Era una persona convencida de que conversando podían resolverse las cosas.

Ayer a la noche hablaba por teléfono con mi vieja y ella recordaba verlo siempre en las cercanías de la Escuela Nº 1 a la hora de entrada, cuando yo hacía la primaria allí. Y es que, como dije arriba, todos los conocían. Creo que no hacía una semana que lo ví, caminando por la calle Belgrano, repartiendo saludos con todos.

Un asalto a un local de ropa por parte de una pareja determinó su suerte. Según se afirma, al entrar se colocó delante de la mujer, ya que Garrido la confundió con una clienta y se puso delante para protegerla. Ella habría sido quien le quitó el arma y le disparó.

A la marcha y misa acudieron todos. Diferentes clases sociales, ideologías, pensamientos políticos, etc., se dieron cita para homenajear al amigo del centro de San Isidro.

Y es que, a esta altura, cabe sacarse la eterna duda sobre qué hacer con el problema de la inseguridad. Ante cada circunstancia, surgen las voces pidiendo pena de muerte a todo tipo de criminales. Y no, no es así. Así no solucionamos nada. Y, seguramente, Garrido, un tipo que nunca tuvo como primera opción disparar el arma, no lo hubiera querido así.

Ojalá haya más Garridos y menos policías corruptos. Si así fuera, todos empezaríamos a mirar a la policía con mejores ojos, y las cosas realmente podrían mejorar.

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